Thursday, September 25, 2014

EL LIRIO, PRELUDIO DE UN PENSAMIENTO (DELIRIO)



El detritus de una velada nocturna, de la comida, de la bebida, de la conversación, de los chistes malos y las buenas risas, está esparcido por el mantel negro. La música de fondo y los invitados hace ya tiempo que se han ido, llevándose con ellos todos sus ruidos, sus palabras, sus buenas filosofías y sus mejores argumentos.  Las cortinas, de terciopelo rojo sangre, están echadas. Tres copas de vino, en íntima proximidad forman un pequeño grupo familiar, nosotros los últimos en darles descanso. Posos en dos de ellas, las tres empañadas por huellas de dedos que me confirman que todo ha salido fantásticamente bien.

Las dos os fuisteis a la cama hace ya un buen rato, pero yo estoy demasiado cansado para poder dormir así que estoy absorto en la nada, coqueteando con todas las ingeniosas respuestas que no di y que, como siempre, llegan demasiado tarde para ser utilizadas. Coqueteo con los recuerdos de un tiempo en el que disponía de más futuro que pasado. Sé que hay pensamientos de los que puedo escapar, pensamientos que puedo reeducar, y pensamientos que volverán una y otra vez con exquisita terquedad. Los de este momento en particular, soy consciente, son sencillamente los mismos de siempre, pero más meditados, rumiados con un vocabulario más sofisticado, un reflejo de la compañía que frecuentamos, pero en este momento pienso con palabras, preludio de un pensamiento.

Un haz de luz procedente de algún otro universo, del exterior, que no deseo investigar, atraviesa en ángulo el color burdeos contenido en una de las copas, proyectando un infinito destello sepia sobre el mantel oscuro, toda una galaxia para un pensamiento. Éste es el pensamiento. Me siento ausente; podría incluso estar fuera de mi propio cuerpo. ¿Estoy siendo un espectador, pero de qué?


Está cautivado, pero algo triste, le faltan las palabras. Es en ese momento cuando le llueven las imágenes. El lirio baila aquí y baila allí. Las imágenes están cargadas de contenido, contenido contradictorio, yuxtaposiciones de lo bello y lo no tan bello, las imágenes se entremezclan, se funden, intiman entre ellas. Para él la sensación es la de estar viviendo en una película o en una novela extraña, en un rincón oscuro, en las sombras oscuras de una maloliente sala vacía, una habitación que se ha convertido en una celda que delimita esta particular imaginación. Hay, claro está, intromisiones que llegan de fuera, visiones, perspectivas del exterior, del otro lado de la cortina echada, pero que se están procesando dentro de ese cráneo, su cráneo, en ese rincón oscuro, en esa celda oscura.

Así pues comprende que este particular instante de imaginación está cargado de simbolismo. Símbolos simples estos, que no requieren de enciclopedias para interpretarse. Símbolos simples cuya comprensión emerge y se desvanece del mismo modo que la escena de una película se funde con otra, de la misma forma que una palabra nace en una frase y muere en el párrafo para ser integrada en vagos recuerdos de una novela oscura medio-olvidada, una novela que renace en forma de guion para esta película incoherente sobre un trozo de vida.

Vuelvo a ser yo mismo de nuevo, por supuesto, y, por supuesto, nada es tan complicado como lo más simple, como los pensamientos simples. Es imposible explicar la belleza, uno sólo puede subrayarla. La belleza parece simple. Puede que la belleza sea diferente para cada uno de sus espectadores, pero para todos y cada uno de ellos es hermosa. Las razones tras las que se agazapa la destrucción, el deseo de mancillar la belleza, son así mismo complicadas. Se han dedicado montones de tratados a la búsqueda de una explicación, a la búsqueda de una excusa que justifique esta irrevocable atracción que la humanidad siente por su destrucción. Detrás de cada cortina echada, la mía, la tuya, la de cientos, miles de personas, debajo de cada bombilla encendida, la mía, la tuya, la de cientos, miles de personas, hay belleza, pero la bestia se ha escondido en las sombras, sólo para permitir a la belleza la delicadeza que necesita para convertirse en sublime.