Friday, November 04, 2016

PERMITIDO NADAR



El mundo moderno, transformador eléctrico, triángulo, peligro de electrocución, relé, repetir, interruptor del repetidor, encendido, apagado, sí, no, cero, uno.  ¿Es ese el zumbido, ohmio, ommm, no es ésa acaso la vibración en todo?


Desde torres galvanizadas hasta postes de madera, nervios de cobre tejen una tela cuasi geométrica, desde una marea de primavera hasta otra costa de pescado en descomposición, desde una frondosa arboleda atiborrada de basura hasta otra, sobrevolándolo todo, desde una hilera de setos estivales hasta las abejas muertas, insectos  aletargados, envenenados y erizos aplastados de la siguiente hilera de setos estivales, sobrevolándolo todo, de una casa de campo cubierta de musgo a la siguiente, cerdos de granjas industriales, desde un pueblo de metano al siguiente, sala de ordeño al aroma de orina ácida, desde un gris chaparrón de otoño, una ciudad fangosa hasta otra, sobrevolándolo todo,  desde la calle de una gélida ciudad atestada de mierda de perro hasta otra, por encima de la nieve a medio derretir, desde casas anónimas hasta una casa, desde un sinfín de pisos ruinosos hasta uno en concreto, desde múltiples habitaciones repugnantes hasta una en particular, la última habitación, fría hasta los tuétanos, desde una bombilla sin brillo hasta otra de ojo de cobre, nuestros cuerpos desnudos esforzándose sin piedad, demasiado gordos, demasiado delgados, demasiado granosos, demasiado hediondos,  demasiado feos, demasiado embarazosos, demasiado viejos, demasiado jóvenes, demasiado exhaustos, desde uno al otro, es inútil, no quieres ver toda esta porquería, parpadea, encendida, apagada, sí, no, cero, uno. Fundido en negro.


Esta red de cobre me ciega los ojos. Estos hilos de cobre literalmente me amarran. Amarrado. No podemos navegar hasta la luna infinita dentro de esta cavidad hoy, no podemos sumergirnos en los infinitos cráteres y mares de polvo en los que se permite nadar.


El ávido niño en mí sabe que se puede nadar en las puras olas heladoras de mi tiempo, aquí y allá, arriba y abajo, ahora y entonces, hoy, mañana, ayer, ondas de mi luz y mi sonido, suaves, ahora ensordecedoras, suaves, ahora violentas, mi luz y mi tiempo, ahora brillantes, ahora oscuros, más y más y más oscuros todavía, y nado porque se puede nadar, y adoro lo que mi intuición me ordena que debo odiar, y vivo con alegría lo que mi intuición me exige que urgentemente debo abandonar.

Ante ti, al niño en mí, con veneración me postro, por ser tan infame y cruel y desalmado, como sólo los niños pueden llegar a serlo. Mi cráneo es mi luna, retorcido, hinchado y distorsionado. Haz estallar la luna, pínchala. Ayúdame a salir de mis miserias exultantes, atrapadas como están en las sombrías y tristes cárceles color cobre de los demás. Descansa en paz, niño, envíame muerto y en llamas en una ola que ruja en la tormenta del aquí y ahora, mi cabeza hablándose a sí misma, henchida de poéticos pensamientos e imágenes de otros mundos inventados, compañeros de viaje que nunca son malignos, si acaso gratificantes, despiadados sí, y malvados, pero, ay, es el viaje al que acompañan que resulta cancerígeno.


Por una grieta entre la contraventana cerrada y la cortina corrida penetra en mi habitación, justamente, en un ángulo de principio de la tarde, la blanquecina luz del sol. Flotando en un aire en calma, ligeramente rancio, en el dormitorio una mota de polvo navega ociosa, espléndida, en un rayo de luz de plata, un sextante para los cálculos de mi rumbo, mis destinos y el tiempo, y en este atemporal momento sucede el viaje más brillante, más penetrante, más maravilloso que jamás  haya existido en mi inocente e infantil universo, una aventura de oro en los pliegues gelatinosos de mi defectuosa memoria, en los que los mejores hornean pan, toman café y esperan pacientemente que la masa suba. Luego el galeón pirata desaparece en los oscuros mares y queda libre, al igual que su tripulación de robustos marineros de bandera negra, y huelo el pan en el horno y el tostado del café flota en el oleaje, en una brisa de hace unos cincuenta años.


Todas las mejores personas, con todos sus buenos, amables pensamientos, cuelgan en la horca. Ohmio, ommm.


Un hombre recula a través de las sombras oscilantes y aprueba su creación. Se gira alejándose de su obra, satisfecho, pero entonces mira y ve el cielo de la tarde ante sus ojos.


El cielo...

Está manchado de pájaros.


 


A-Soma...Safe to Swim
"Safe to Swim / Permitido nadar". Pintura acrilica, 53 X 117cms © David F. Brandon, octubre 2016