El mundo moderno, transformador eléctrico, triángulo, peligro de
electrocución, relé, repetir, interruptor del repetidor, encendido, apagado, sí,
no, cero, uno. ¿Es ese el zumbido, ohmio,
ommm, no es ésa acaso la vibración en todo?
Desde torres galvanizadas hasta postes de madera, nervios de cobre
tejen una tela cuasi geométrica, desde una marea de primavera hasta otra costa
de pescado en descomposición, desde una frondosa arboleda atiborrada de basura
hasta otra, sobrevolándolo todo, desde una hilera de setos estivales hasta las
abejas muertas, insectos aletargados, envenenados y
erizos aplastados de la siguiente hilera de setos estivales, sobrevolándolo
todo, de una casa de campo cubierta de musgo a la siguiente, cerdos de granjas
industriales, desde un pueblo de metano al siguiente, sala de ordeño al aroma
de orina ácida, desde un gris chaparrón de otoño, una ciudad fangosa hasta otra,
sobrevolándolo todo, desde la calle de
una gélida ciudad atestada de mierda de perro hasta otra, por encima de la
nieve a medio derretir, desde casas anónimas hasta una casa, desde un sinfín de
pisos ruinosos hasta uno en concreto, desde múltiples habitaciones repugnantes hasta
una en particular, la última habitación, fría hasta los tuétanos, desde una
bombilla sin brillo hasta otra de ojo de cobre, nuestros cuerpos desnudos esforzándose
sin piedad, demasiado gordos, demasiado delgados, demasiado granosos, demasiado
hediondos, demasiado feos, demasiado
embarazosos, demasiado viejos, demasiado jóvenes, demasiado exhaustos, desde uno
al otro, es inútil, no quieres ver toda esta porquería, parpadea, encendida,
apagada, sí, no, cero, uno. Fundido en negro.
Esta red de cobre me ciega los ojos. Estos hilos de cobre literalmente
me amarran. Amarrado. No podemos navegar hasta la luna infinita dentro de esta
cavidad hoy, no podemos sumergirnos en los infinitos cráteres y mares de polvo
en los que se permite nadar.
El ávido niño en mí sabe que se puede nadar en las puras olas heladoras
de mi tiempo, aquí y allá, arriba y abajo, ahora y entonces, hoy, mañana, ayer,
ondas de mi luz y mi sonido, suaves, ahora ensordecedoras, suaves, ahora
violentas, mi luz y mi tiempo, ahora brillantes, ahora oscuros, más y más y más
oscuros todavía, y nado porque se puede nadar, y adoro lo que mi intuición me
ordena que debo odiar, y vivo con alegría lo que mi intuición me exige que urgentemente
debo abandonar.
Ante ti, al niño en mí, con veneración me postro, por ser tan infame y
cruel y desalmado, como sólo los niños pueden llegar a serlo. Mi cráneo es mi
luna, retorcido, hinchado y distorsionado. Haz estallar la luna, pínchala. Ayúdame
a salir de mis miserias exultantes, atrapadas como están en las sombrías y
tristes cárceles color cobre de los demás. Descansa en paz, niño, envíame
muerto y en llamas en una ola que ruja en la tormenta del aquí y ahora, mi
cabeza hablándose a sí misma, henchida de poéticos pensamientos e imágenes de
otros mundos inventados, compañeros de viaje que nunca son malignos, si acaso gratificantes,
despiadados sí, y malvados, pero, ay, es el viaje al que acompañan que resulta
cancerígeno.
Por una grieta entre la contraventana cerrada y la cortina corrida
penetra en mi habitación, justamente, en un ángulo de principio de la tarde, la
blanquecina luz del sol. Flotando en un aire en calma, ligeramente rancio, en
el dormitorio una mota de polvo navega ociosa, espléndida, en un rayo de luz de
plata, un sextante para los cálculos de mi rumbo, mis destinos y el tiempo, y en
este atemporal momento sucede el viaje más brillante, más penetrante, más
maravilloso que jamás haya existido en
mi inocente e infantil universo, una aventura de oro en los pliegues
gelatinosos de mi defectuosa memoria, en los que los mejores hornean pan, toman
café y esperan pacientemente que la masa suba. Luego el galeón pirata desaparece
en los oscuros mares y queda libre, al igual que su tripulación de robustos
marineros de bandera negra, y huelo el pan en el horno y el tostado del café
flota en el oleaje, en una brisa de hace unos cincuenta años.
Todas las mejores personas, con todos sus buenos, amables
pensamientos, cuelgan en la horca. Ohmio, ommm.
Un hombre recula a través de las sombras oscilantes y aprueba su
creación. Se gira alejándose de su obra, satisfecho, pero entonces mira y ve el
cielo de la tarde ante sus ojos.
El cielo...
Está manchado de pájaros.
A-Soma...Safe to Swim
"Safe to Swim / Permitido nadar". Pintura acrilica, 53 X 117cms © David F. Brandon, octubre 2016