Su imaginación obsesiva observa sin pestañear, vaga en
una fría habitación, el yeso agrietado, entre una cama sin hacer y un techo sin
luz; y luego, como si de arena se tratara, rápidamente se desliza entre unos dedos
artríticos, cayendo a la tarima y, en el mejor de los casos, se convierte en arenilla.
Parpadea y desaparece.
1519. El Nuevo Mundo. Los españoles firmes, manos en las
caderas y las empuñaduras, y es aquí, bajo un cielo plomizo, donde titilan en
su oscuro jardín de muerte.
Los Oscuros y Sucios, de pie, saciados, tras la hilera de
árboles, la arena a sus espaldas, arena antes dorada, que invitaba a ser tocada,
aunque a los árboles lo mismo les da.
"¿Quién yace aquí envuelto en tierra, comido por los
gusanos para siempre? ¿Todavía nadie? ¡Chicos! Arrastrad los botes y amarradlos.
Esperaré hasta el final, hasta que caiga el último".
1629. Bahía de Massachusetts. Los británicos pasean a lo
lejos, despreocupados, más allá de la hiera de árboles. Multitud de antorchas y
piras, llamas ávidas de tierra, la espada de Cromwell ávida de sangre. Sólo
unos pocos osan a echar la vista atrás, en dirección al mar, por encima de sus
hombros, más allá de la hilera de árboles, hasta las playas que los vieron tomar
tierra.
Arena virgen fue lo único que ahí hubo una vez, frente a la
hilera de árboles, nada más; un érase una vez una costa dorada que la pólvora,
de un negro profundo, conquistó con sus llamas.
Los Oscuros y Sucios, de pie, saciados, tras la línea de
árboles, entre cenizas. Abono, a los árboles igual les da.
Los malditos juglares componen un estribillo melancólico.
"¿Quién yace aquí envuelto en tierra, comido por los
gusanos para siempre? ¿Todavía nadie? ¡Chicos! Arrastrad los botes y
amarradlos. Esperaré hasta el final, hasta que caiga el último".
“¡Chicos!"
Miradas hacia atrás en dirección al mar, hacia calas ocultas, calas de
pesadilla donde no existen noches de sueños apacibles. Hay tumbas poco
profundas ahí, tras la hilera de árboles, donde la historia y el tiempo se
convierten en abono. A los árboles, a las plantas, a los gusanos qué más les da,
para ellos un auténtico festín.
Bajo un cielo de plomo brilla el jardín oscuro, esperando
a su compañía de actores de la legua. En el resguardado césped, los malditos juglares
interpretan un melancólico estribillo que a ustedes invitan a bailar, unos pocos
son juglares, bufones ustedes todos.
"¿Quién
yace aquí envuelto en tierra, comido por los gusanos para siempre? ¿Todavía
nadie?
"¡Chicos!"
Entre sábanas pegajosas y arrugadas, sobre una almohada que huele a rancio, se
asoma una cabeza desaliñada, una cara sin afeitar desde hace días...
Tic...Una carcajada
despreocupada y estridente se ríe de la picazón de su entrepierna. Resuena, repiquetea
en todos los dolorosos lugares donde habitan sus deseos, rebota de una pared a
otra...
Tac... Sudor. Las oscuras cortinas no están corridas y no
pueden filtrar la luz enfermiza de la mañana...
Silencio.
Silencio, más o menos.
Tic... Un sonido, los pelos de su barba raspan el liso
tejido de un almohadón de nylon...
Su respiración ocasional, una ráfaga de viento en la
distancia, lluvia contra el cristal. Sus ojos vidriosos miran a través de la
condensación del cristal. La más ominosa y maldita de las nubes, como cataratas
de plomo…
Quiquiriquí... Quiquiriquí... Nace un luminoso nuevo día.
Cisterna, inodoro,
cadena, inodoro enmohecido, un familiar olor a mierda, cerdas retorcidas de un cepillo
de dientes, encías sangrantes...
El fregadero
lo observa, el desagüe traga el contenido de media taza de un tépido té en el
sentido de las agujas del reloj, una tostada...
Una televisión,
cabezas parlantes que intentan vender y vender, que, alertas, miran fijamente,
tostadas quemadas...
La bolsita de
té, rota, deja una escurridura. El agua, de un marrón oxidado, desaparece...
El barro
obstruye las alcantarillas y los desagües, la lluvia, fragmentos de cristales rotos,
una música pop suena a hueco dentro de unos auriculares baratos ...
Trenes que
chirrían y traquetean por alcantarillas oxidadas bajo tierra, ozono eléctrico, ¡tío!...
Un traqueteo
por terraplenes de color óxido, plantas que hacia abajo estiran sus raíces en
busca de ricos nutrientes...
Un traqueteo
que transita por encima y bajo puentes de ladrillo rojo herrumbre, donde los ladrillos
se desintegran, surcando fragmentos de cristal color óxido...
Arenilla. Hay
una tumba poco profunda tras la hilera de árboles. Las plantas se estiran
buscando la luz del día. A los gusanos igual les da...
Perros que
levantan la pata, orinan, gruñen, cagan, “perdona, perdona” ...
Esqueletos de paraguas, armas, quejidos, la condición
humana siempre presente, siempre en el centro de todo...
Voces por doquier,
estridentes, voces se ríen en su imaginación y desaparecen, la muerte, por
favor, policía, sus ojos inyectados en sangre...
Pulgares en pantallas
azuladas, selfis que proyectan millones de sonrisas con el objeto de vender y
devorar millones de sueños anunciados desde carteles publicitarios; Imágenes que
nos incitan a consumir sueños violentos, mientras una delicada flor es mecida
por el viento...
Flor que se tambalea al borde del abismo...
Ahí, para ser aplastada.
Infinidad de teléfonos hacen eco en la ciudad, millones
de ellos tartamudean, sonando en el silencio de espacios vacíos, tartamudean y
balbucean y se ahogan, ahogándose en un silencio estrangulado. Nadie, nada, ya
nada queda que compartir.
Nadie. Nada tras la hilera de árboles, donde las raíces hurgan,
imperceptiblemente, en busca de ricos nutrientes. Pétalos marchitos, de un amarillo
naranja, se estiran sutilmente en busca de la sofocante luz del atardecer.
Tranquilo, casi en silencio, bajo un cielo plomizo, un
jardín oscuro espera a su compañía de actores de la legua, juglares algunos,
bufones todos. Al jardín igual le da.
“¡Chicos!”
La fotografía "El Jardín Oscuro" © David F. Brandon, noviembre 2017