Friday, June 23, 2006

MENSAJE DE LOS ESPÍRITUS DE LOS AHOGADOS Y PERDIDOS



Les atrae la tragedia como a los insectos el fulgor de una llama en la noche pero, de alguna manera, su tragedia no es una tragedia de sufrimiento personal como es la nuestra, no es real. No conviven con la tragedia. No viven la tragedia. Su tragedia es un círculo de lágrimas de cocodrilo derramadas por acontecimientos y personas que nunca tuvieron ni tendrán cerca pero que se metieron en sus vidas, como por arte de magia, a través de la televisión. ¿Recuerdan los rostros suplicantes de mis compañeros de viaje cuando los devolvían en autobuses al desierto africano tras haber sido repatriados desde esas ciudades españolas en la costa norte de nuestro continente? ¿Pueden recordar las lágrimas que derramamos, la desesperación en nuestros corazones, clara y nítida a los ojos de quieren quisieron ver? Esa debió ser la imagen de los doce últimos meses que mejor describe nuestras vidas, vidas de un dolor callado, infinito, de desilusión. ¿Recuerdan eso? Quizá lo recordaron el tiempo suficiente como para aplacar su sentimiento de culpa con una pequeña donación a su organización benéfica preferida y, desde luego que es un gesto generoso. Nos hemos bebido su leche en polvo. Tenía la bandera española en la caja. Pero no sienten. Quiero decir que no nos sienten. No sienten nuestra desesperación. No pueden ponerse en nuestro lugar durante más de treinta segundos. Luego desaparecemos en la polvareda de sus memorias.

Y mi familia y yo no lloramos, no podemos llorar, ni tampoco pueden hacerlo el espíritu de los ahogados y perdidos. ¿Acaso el batir de nuestras alas ha dibujado un agujero terrible en el tejido del universo? Nosotros, que estamos allí, sabemos que sí y que la existencia nunca volverá a ser igual. Somos los fantasmas, los espíritus que, de vez en cuando, a la deriva, aterrizamos en su vidas al descubrirnos una cámara y terminamos en sus televisores. Treinta segundos. Duramos treinta segundos. Con suerte, treinta segundos.

Tres días de autobús hacia el desierto con poco o ningún alimento, sin agua. Nuestros corazones y planes de futuro destruidos, nuestras familias no comerán. O los tres días en el Atlántico. Contribuimos a treinta segundos de noticias, dos o tres secuencias anteriores a veinte minutos de estrellas de fútbol, dioses que veíamos en el televisor comunitario de nuestro pueblo, cuando había suerte y disponíamos de combustible para el generador. Y así desaparecemos, como los insectos que en la noche merodean en torno a la llama que alimenta nuestros pucheros, como los insectos que se alejan del azul de nuestros viejos televisores, proyectando una vida donde hay trabajo y no hay hambre, ni sed, donde nuestros niños no morirán tan enfermos, tan jóvenes, tan indefensos, donde la gente nos ayude en vez de robarnos y matarnos, o utilizarnos como carne de cañón para sus guerras privadas. Y así desaparecemos como la polilla desapareció tras revolotear en torno a la macilenta luz amarilla de nuestra bombilla de cuarenta vatios, eso siempre y cuando haya suerte y tengamos combustible para nuestro generador.

Y los televisores no sólo parpadean para miles de fantasmales familias africanas, no, también proyectan su sombra azul en la Europa del este y América del Sur, pero para ellos nosotros desaparecemos de la pantalla. Desaparecemos en el intenso azul del Atlántico, o en las resecas dunas del desierto, o en los dilapidados barrios marginales, o en los orfanatos de regímenes hace tiempo desaparecidos, o regímenes a los que nada les importa, pero sobre todo desaparecemos de sus corazones y de sus mentes. Pero incluso si no nos hemos ahogado o muerto de hambre en nuestras tumbas, nos habremos ido y ellos serán arrastrados hacia sus tragedias, y volveremos a ser menos que polillas girando alrededor de una llama moribunda, y sus tragedias durarán días y días y días en sus equipos “home cinema” a todo color, porque su tragedia es la muerte de Rocío Jurado, y no podemos competir en la tragedia y la ceremonia con la Rocío de España porque nos hemos quemado las alas en las llamas y caído en el polvo del olvido, y tendremos que rezar a los espíritus por la oportunidad de otros treinta segundos de trágica televisión en un universo herido de muerte.

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