“¿Por qué, mamá, por qué?”
“¿Por qué, qué, cariño?”
“¿Por qué todo el mundo trabaja para El Banco?”
“Para comprar tanques a los chicos.”
Sunday, October 14, 2012
DISOLVER / RESOLVER (ELECCIONES TRANSPARENTES)
En cierto sentido el hombre transparente estaba solo, transparentemente, en medio de la transparente calle flanqueada con manifestantes transparentes que enarbolaban pancartas transparentes, carteles transparentes pegados en paredes transparentes, octavillas transparentes que se arremolinaban transparentemente en una brisa transparente.
Era pintor, un artista transparente. Pintaba cuadros transparentes en lienzos transparentes, sacaba fotografías transparentes y trabajaba en ellas en ordenadores transparentes, y escribía historias transparentes en papeles transparentes que usaba a montones y que contenían, evidentemente, filosofía transparente. Era un marido transparente y, también transparentemente, un padre entregado.
Llevaba un sombrero de fieltro transparente sobre una cabeza transparente amenazada por una incipiente calva y sus pensamientos eran transparentes, y en sus transparentes orejas y su transparente nariz crecía un vello transparente que tenía que cortar regularmente, acorde con su transparente mediana edad, y descansando sobre su nariz transparente un par de gafas transparentes ayudaban a sus transparentes ojos a ver con mayor nitidez. Sobre sus espaldas transparentes colgaba un largo abrigo transparente, que tocaba casi el suelo de la calle transparente. Bajo su abrigo transparente lucía una americana transparente con tres botones transparentes que cubría una camisa transparente y una camiseta transparente (sobre una panza transparente) bien metida en sus transparentes pantalones, sujetados con un cinturón transparente, la bragueta transparente cuidadosamente subida. Una corbata trasparente apretaba el cuello transparente de su camisa a su transparente garganta y sus palabras, de haberse pronunciado, habrían sido también transparentes. Los transparentes puños de su camisa se cerraban por medio de unos gemelos transparentes sobre los que, de no haber sido totalmente transparentes, se hubiera podido leer la palabra “CULPABLE” en uno, “NO CULPABLE” en el otro. A través de sus transparentes calzoncillos podían verse unos testículos transparentes, acurrucados en un vello púbico transparente, y también un transparente pene, goteando un poco transparentemente, ridículo, y patético y en absoluto amenazante o de aspecto diferente, sino como el de cualquier otro, refugiado en sus propios calzoncillos transparentes. Bajo sus axilas transparentes, entre el vello transparente, transpiraba ligeramente, transparentemente, como probablemente habrán ya adivinado, pero desprendía un olor dulzón porque esa misma mañana había utilizado un desodorante de bola transparente. Y sus pies transparentes estaban calientes dentro de unos calcetines transparentes, cubiertos como estaban por unos transparentes zapatos con la suela de cuero también transparente. Sus transparentes pies y sus piernas transparentes lo transportaban a cámara lenta hacia El Parlamento Transparente. En su transparente dedo una alianza transparente. En sus transparentes manos un mástil transparente muy largo en lo alto del cual ondeaba una enorme y magnifica bandera transparente con sus correspondientes cuerdas transparentes y transparentes borlas. Escoltado en una manifestación transparente por veinte o treinta policías transparentes, precedidos por tres transparentes coches de policía, engalanados, estos agentes del Ministerio De La Orden Transparente, con sus cascos transparentes y sus transparentes uniformes, llevando Mace transparente y transparentes porras y escudos transparentes con letras transparentes que hubieran dicho “POLICÍA”, de no haber sido totalmente transparentes. Y con las transparentes armas al hombro y los morrales transparentes llenos de pelotas de goma transparentes también al hombro, además de balas de fuego transparentes, y, en sus calzoncillos transparentes, sus transparentes genitales no eran ni más ni menos patéticos, ni más ni menos amenazantes en su aspecto, ni goteaban más ni menos, ni tampoco más ridículos que los suyos. Bajo sus transparentes bragas incombustibles las vaginas transparentes de las mujeres policía transparentes, sus triángulos de transparente vello púbico, parecían muy poco diferentes de, bueno, de las de su transparente esposa y de las de su transparente hija. Tras él tres enormes furgones blindados de policía, por supuesto cada uno de ellos totalmente transparente cerraban la transparente procesión, todo ello transparentemente en orden y Las Transparentes Autoridades en ningún momento habrían soñado con utilizar siquiera una de sus armas de fuego, transparentemente, no habría sido de ninguna utilidad.
Delante del Parlamento Transparente, adornado con magníficas e innumerables banderas transparentes, se posicionó junto a su transparente mujer; observó sus pechos transparentes transparentemente pequeños pero aun transparentemente hermosos. En el interior de sus transparentes calzoncillos se encogía un pene transparente a la altura de los transparentes genitales de su mujer, dentro de sus bragas trasparentes. En una ocasión se habían presentado el uno a la otra, no sólo para hacer un amor transparente, para tener orgasmos transparentes sino también para concebir la hija transparente que ahora yacía en paz, inmaculada, envuelta en terciopelo transparente, dentro de un ataúd transparente, sobre caballetes transparentes, la mitad de su transparente cuerpo cubierto en otra espléndida bandera transparente, un ataúd transparente, su cuerpo, abiertos a El Universo Transparente.
Era preciosa como parte de El Universo Transparente. El sol del incipiente otoño brillaba a través de los tres, brillaba a través de todos, brillaba a través de todo e iluminaba la verde hierba húmeda y fresca bajo sus pies transparentes. El sol del incipiente otoño centelleaba intensamente en las ondas moradas de universos que flotaban en multitud de charcos y en el espléndido cielo azul reflejado en los ondulantes espejos de los arroyos. El sol del incipiente otoño brillaba y transformaba las hojas caídas, las que caían y las que revoloteaban en todos los tonos anaranjados, rojizos y dorados imaginables, e iluminaba las mariposas del bosque. Los rayos de luz atravesaban los árboles, las abejas, los pájaros volaban como flechas de aquí para allá, las ardillas rojas tan confiadas y no se veía ni una sola pisada solitaria en la suntuosa alfombra del bosque. Las mariposas brillaban con tanta elegancia; las libélulas lucían un brillo metálico, al acecho.
El Dignatario Transparente dio un paso al frente desde las transparentes filas de Los Políticos Transparentes y se posicionó delante de los tres. Un hombre transparente en un uniforme transparente le entregó una bandera transparente más, cuidadosamente doblada en un cuadrado manejable, y sobre esta bandera transparente había una cinta transparente que abrazaba La Medalla Transparente. Y el Dignatario tenía un discurso transparente que pronunciar pero, como la situación era tan transparente, palabras transparentes eran innecesarias y discursos transparentes de dolor trasparente y pena transparente y transparente agradecimiento y transparentes expectativas de futuro quedaron olvidados, abandonados en El Parlamento Transparente, dejados en todos los cajones transparentes de las transparentes oficinas, en escritorios transparentes de edificios transparentes en miles y miles de calles transparentes.
La madre transparente llora lágrimas transparentes que se caen de unos ojos transparentes. Su transparente marido acaricia sus hombros transparentes, que tiemplan transparentemente. La mujer levanta un poco la mirada y acerca un dedo transparente al borde del ataúd transparente, acariciando suavemente la transparente tapa abierta. Sus lágrimas ya no son claras. Nada es ya claro. Su supuesta hija está quemada, la cara parece torturada, negra y azul. La chica yace pegada al terciopelo negro con su propia sangre coagulada y putrefacción, las heridas purulentas, vivas. Vivas, cada orifico plagado de gusanos, moscardones de un azul metálico zumban, vuelan de aquí para allá. El ataúd de madera barnizada, el barniz levantado, las asas frías de un bronce sin brillo gotean una lluvia arenosa, gota a gota, gota a gota, y la bandera mojada pegada al pecho de su supuesta madre tiene una nación que la acompaña, y todas y cada una de las empapadas banderas con sus colores, y un estado, y una supuesta causa, por supuesto, es sólo un caso de sentido común y cada una de las pancartas caladas de repente tiene también sus propias exigencias en contra de este y aquel colectivo, y todo el mundo es alegremente, seriamente parte de ello y todos están vestidos en colores tristes, apagados, en tonos de un gris deslavado y la lluvia cae sucia y gris, levantando el polvo, la ceniza gris en una calle llena de octavillas ignoradas y miles de pies lo convierten todo en barro y el ruido de la protesta es ensordecedor, cantos al ritmo de los puños alzados, gritos, megáfonos que chirrían, el golpeteo de los escudos que dicen claramente “POLICÍA”, y la policía hace su papel y el público el suyo, un juego, esquivar los cañones de agua, es preciso que haya una amenaza en cada esquina, en cada portal oscuro, es de sentido común, rotura de cristales, ladrillos y botellas llameantes en el aire, también pintura roja, y el olor de la protesta es asfixiante, gases lacrimógenos, de todo, sudor, mierda, todos huelen a algo ligeramente podrido, nauseabundo, como a alcantarilla, a sangre derramada, a corrupción, a muerte, a putrefacción, a neumáticos quemados y a gasolina, y la hija de alguien, supuestamente, pisoteada, supuestamente. Un moscardón corretea por su mejilla, y al último de los viejos y caducos sueños hippies de antaño, de armonía con el universo, se le mata a tiros a sangre y fuego, al igual que se mata a sangre y fuego a las viejas utopías y así, de una u otra forma, todo el mundo está alegremente, seriamente interpretando su pequeño papel en el juego, extras. Extras, todos trabajan para El Banco.