Tres veces, hace tiempo, o en otras innumerables ocasiones más allá de esa escena descansa abandonada, en la cresta de una duna de arena blanca, sin coordenadas establecidas, una vasija de barro, de tonos terrosos, su pecho bien formado, una invitación difícil de ignorar. Cada grano de arena de esta duna, cada grano de arena de este desierto, y a pesar de que todos y cada de ellos brille incitando a quien los mira a tocarlos, todos y cada uno de ellos tan estéril como una plétora de sueños de polvo de diamante, y es que tócalos y volverán a ser meros granos de arena. Un artista desolado, yo, acaricia con delicadeza la vasija de barro, limpia el borde arenoso con el dedo, luego, inocentemente, casi ridículamente, la levanta acercándosela a los ojos, como si hubiera algo que ver en su absoluta oscuridad interior. Él, yo, representa este teatro infantil, y total para ser inmediatamente cegado por una plétora de pesadillas de polvo de diamante, que brilla con la belleza y la lujuria convertidas en meros granos de arena. Arena en sus ojos, sin esperanza, tan sólo meros granos de arena, pues lejos quedan los aromas almizclados de jabones de hierbas, de los perfumes, de las lociones y ungüentos que una vez Pandora vertía en la palma de su mano y que una vez debieron acariciar su dulce carne.
"¡Pero lo peor!" Recapacité, "¿Quien, últimamente, quiénes están vertiendo lociones almizcladas y ungüentos de la ánfora de Pandora en las palmas de sus manos para aceitar la dulce carne de Pandora? ¿Dónde?, Pandora, ¿Cuándo? "
LA ÁNFORA DE PANDORA (LOCIÓNES Y UNGÜENTOS) - DETAILLE ©David F. Brandon 2013.