En el tinnitus absoluto de la eternidad, incluso dentro de otro charco de momentos estancados, una libélula bate sus alas a hurtadillas. Los insectos, se dice, se sienten atraídos por la luz, el hombre, por la noche, pues los espacios a los que más se nos enseña a temer son los espacios que más nos fascinan. La arrugada mano se aferra a su fláccido vientre, la artrítica mano se aferra a una memoria que se escapa, pero el sabio es un artista y encuentra una reconciliación afable en la obsesión. Está familiarizado con el Efecto de la Libélula. A cámara lenta bate las alas y los dulces aleteos alimentan un magnífico temor de la titánica magnitud de una obsesión. Esto, esto es el olvido. Entonces la libélula se esfuma. El arte se esfuma. El olvido, el común de los mortales tambaleándose en este punto crítico, todas las obligaciones de estos débiles seres delegadas, bien podrían suplicar por sus almas (como si las almas fueran algo más que una mera obsesión) para que fueran salvadas, pero no tienen almas que salvar, perdidas éstas desde hace tiempo por miedo a la magnitud de una obsesión.
Friday, November 15, 2013
LA MAGNITUD DE UNA OBSESIÓN
Fotografías,
pinturas, escritos, arte. El arte revolotea en una memoria repleta, no le fue
enviado, el arte simplemente se topó con él. Las imágenes quizá simplemente le
llegaron; la memoria es una bestia caprichosa a la caza de renacimiento en los
titánicos lapsos entre la intención artística y su expresión y la comprensión
de la magnitud de una obsesión. El taburete del artista permanece abandonado, y
sobre él la ánfora de Pandora. La cama de Pandora está vacía desde hace mucho
tiempo, ni siquiera un mísero colchón enmohecido descansa sobre su oxidado
armazón. No es la Pandora mundana la que marchita a este hombre, más bien es el
hombre el que marchita este mundo, el hombre se rompe en el tinnitus absoluto
de la eternidad, oscilando entre el enfoque y el desenfoque como veleros de
origami esparcidos en un océano de olas de cartón.
En el tinnitus absoluto de la eternidad, incluso dentro de otro charco de momentos estancados, una libélula bate sus alas a hurtadillas. Los insectos, se dice, se sienten atraídos por la luz, el hombre, por la noche, pues los espacios a los que más se nos enseña a temer son los espacios que más nos fascinan. La arrugada mano se aferra a su fláccido vientre, la artrítica mano se aferra a una memoria que se escapa, pero el sabio es un artista y encuentra una reconciliación afable en la obsesión. Está familiarizado con el Efecto de la Libélula. A cámara lenta bate las alas y los dulces aleteos alimentan un magnífico temor de la titánica magnitud de una obsesión. Esto, esto es el olvido. Entonces la libélula se esfuma. El arte se esfuma. El olvido, el común de los mortales tambaleándose en este punto crítico, todas las obligaciones de estos débiles seres delegadas, bien podrían suplicar por sus almas (como si las almas fueran algo más que una mera obsesión) para que fueran salvadas, pero no tienen almas que salvar, perdidas éstas desde hace tiempo por miedo a la magnitud de una obsesión.
Todo ha desaparecido, pero el arte, la vida,
la vida se ha salvado por la magnitud de una obsesión y es recreada, incluso en
el último momento, en el presente, en un molesto homenaje, algunos episodios ausentes,
algunos obsesivos, difíciles de reconocer, oscilando entre el enfoque y el
desenfoque como veleros de origami en un océano de olas de cartón.
“LA MAGNITUD DE
UNA OBSESIÓN”, Pintura acrílica, 90 x 125cms (Noviembre 2013) © DAVID F. BRANDON, 2013